Esta semana ha surgido la podría convertirse en nueva Serpiente de Verano Cervecera, como sucediera ya el pasado año con unas declaraciones de Demetrio Carceller sobre la cerveza artesana. En este caso, Jordi Luque realizaba el el blog de temática gastronómica El Comidista un análisis bastante acertado sobre el panorama actual en torno a la cerveza artesana, teñido tal vez de un aparente partidismo exagerado, utilizando un lenguaje agresivo, ácido y, desde mi punto de vista, en exceso inflamatorio.
Como era de esperar, la chispa ha prendido, y en pocas horas varios de los blogueros más militantes lanzaron su particular contraataque, unos de corte más agresivo, otros en tono más conciliador, pero todos, sin excepción, en defensa de la cerveza artesana y sus consumidores habituales.
Un servidor, tras analizar el tema en profundidad y contactar directamente con el autor a través de Facebook, he decidido abordar el tema también (vale, lo reconozco... Con tanto cachondeíto no se me ocurría ningún otro tema para rellenar este espacio cuasisemanal que comparto con vosotros), pero analizándolo todo desde un punto de vista ligeramente distinto, como es habitual en mí.
En su artículo, titulado Contra los talibanes de la cerveza artesana, utilizando una estructura en exceso pedante, artificiosa y plagada de lugares comunes, Jordi Luque arremete contra aquello que muchos de nosotros ya hemos criticado en muchas ocasiones, a saber, el esnobismo creciente entre vendedores y consumidores, la falsa etiqueta de exclusividad que se le aplica a la cerveza artesana, el innecesario postureo en torno a la misma, el exceso de proselitismo que algunos nuevos conversos practican con exceso de celo y su falsa asunción como producto gourmet.
Lo dicho: nada nuevo bajo el sol.
Lo novedoso de su artículo es la forma en que lo redacta, de manera que puede llegarse a entender que en lugar de una crítica constructiva se trate de un ataque a todo un sector.
Eso, amigo mío, es un error de formas en toda regla.
Muchos blogueros han decidido obviar que, en realidad, este medio no deja de ser la versión actualizada y no regulada del periodismo convencional. Y como tal, debes ceñirte en lo posible a las reglas vigentes, tal vez acomodándolas a tus necesidades y tu estilo, pero intentando no contravenirlas en ningún caso.
La visibilidad que los blogs y las redes sociales nos ofrecen equiparan a cualquier creador de contenidos con un periodista, sobre todo cuando el alcance de las publicaciones puede ser muy superior al de las publicaciones de los profesionales de la comunicación. Desde ese momento, dicho creador de contenidos ha de asumir una responsabilidad sobre lo que crea, y tener en cuenta las dificultades que el medio tiene a la hora de transmitir sus verdaderas intenciones. Para ello, debe ceñirse a unos convencionalismos de coherencia en los contenidos y de estilo al redactar.
Y eso es algo que Jordi no ha hecho: ha trasgredido, doblado, retorcido e ignorado sin piedad, toda norma, regla o convencionalismo, con el objetivo tal vez de remover conciencias. Pero, a juzgar por la respuestas de aficionados en general y blogueros en particular, lo que ha removido ha sido mucho más de lo que esperaba en un principio.
Porque todo juego necesita unas reglas, a la hora de acometer la creación de contenidos para un blog deberíamos establecer algunas que nos permitan establecer unos parámetros por los que nuestros lectores se guíen para comprender nuestros textos. Unas reglas que cualquiera que escriba en nuestro blog debería seguir.
En el caso de El Comidista, se trata de un blog adscrito a un medio escrito: el diario El País. Sus contenidos siguen una estructura más o menos homogénea, y se ciñen a unos convencionalismos bastante claros.
Entre estos convencionalismos se cuentan (o deberían contarse por cuestión de coherencia), el Código Deontológico de la Profesión Periodística de la FAPE, y evidentemente, el Libro de Estilo del diario El País. Un código deontológico y un libro de estilo que cualquier colaborador de este diario o cualquiera de los medios a él vinculados debería conocer y seguir a rajatabla. Algo que Jordi (su seguimiento, ya que no puedo juzgar u opinar sobre sus conocimientos) se pasa alegremente por el forro de la hombría, usando un eufemismo para eludir en lo posible el uso de palabras malsonantes.
Para empezar, ya en mismo titular contraviene el artículo 7 de los Principios Generales de dicho Código Deontológico, que a saber dice así:
Como era de esperar, la chispa ha prendido, y en pocas horas varios de los blogueros más militantes lanzaron su particular contraataque, unos de corte más agresivo, otros en tono más conciliador, pero todos, sin excepción, en defensa de la cerveza artesana y sus consumidores habituales.
Un servidor, tras analizar el tema en profundidad y contactar directamente con el autor a través de Facebook, he decidido abordar el tema también (vale, lo reconozco... Con tanto cachondeíto no se me ocurría ningún otro tema para rellenar este espacio cuasisemanal que comparto con vosotros), pero analizándolo todo desde un punto de vista ligeramente distinto, como es habitual en mí.
Deshaciendo el artificio: el mensaje de fondo de Jordi Luque
En su artículo, titulado Contra los talibanes de la cerveza artesana, utilizando una estructura en exceso pedante, artificiosa y plagada de lugares comunes, Jordi Luque arremete contra aquello que muchos de nosotros ya hemos criticado en muchas ocasiones, a saber, el esnobismo creciente entre vendedores y consumidores, la falsa etiqueta de exclusividad que se le aplica a la cerveza artesana, el innecesario postureo en torno a la misma, el exceso de proselitismo que algunos nuevos conversos practican con exceso de celo y su falsa asunción como producto gourmet.
Lo dicho: nada nuevo bajo el sol.
Lo novedoso de su artículo es la forma en que lo redacta, de manera que puede llegarse a entender que en lugar de una crítica constructiva se trate de un ataque a todo un sector.
Eso, amigo mío, es un error de formas en toda regla.
Nuevos medios, reglas viejas
Muchos blogueros han decidido obviar que, en realidad, este medio no deja de ser la versión actualizada y no regulada del periodismo convencional. Y como tal, debes ceñirte en lo posible a las reglas vigentes, tal vez acomodándolas a tus necesidades y tu estilo, pero intentando no contravenirlas en ningún caso.
La visibilidad que los blogs y las redes sociales nos ofrecen equiparan a cualquier creador de contenidos con un periodista, sobre todo cuando el alcance de las publicaciones puede ser muy superior al de las publicaciones de los profesionales de la comunicación. Desde ese momento, dicho creador de contenidos ha de asumir una responsabilidad sobre lo que crea, y tener en cuenta las dificultades que el medio tiene a la hora de transmitir sus verdaderas intenciones. Para ello, debe ceñirse a unos convencionalismos de coherencia en los contenidos y de estilo al redactar.
Y eso es algo que Jordi no ha hecho: ha trasgredido, doblado, retorcido e ignorado sin piedad, toda norma, regla o convencionalismo, con el objetivo tal vez de remover conciencias. Pero, a juzgar por la respuestas de aficionados en general y blogueros en particular, lo que ha removido ha sido mucho más de lo que esperaba en un principio.
Las reglas del juego
Porque todo juego necesita unas reglas, a la hora de acometer la creación de contenidos para un blog deberíamos establecer algunas que nos permitan establecer unos parámetros por los que nuestros lectores se guíen para comprender nuestros textos. Unas reglas que cualquiera que escriba en nuestro blog debería seguir.
En el caso de El Comidista, se trata de un blog adscrito a un medio escrito: el diario El País. Sus contenidos siguen una estructura más o menos homogénea, y se ciñen a unos convencionalismos bastante claros.
Entre estos convencionalismos se cuentan (o deberían contarse por cuestión de coherencia), el Código Deontológico de la Profesión Periodística de la FAPE, y evidentemente, el Libro de Estilo del diario El País. Un código deontológico y un libro de estilo que cualquier colaborador de este diario o cualquiera de los medios a él vinculados debería conocer y seguir a rajatabla. Algo que Jordi (su seguimiento, ya que no puedo juzgar u opinar sobre sus conocimientos) se pasa alegremente por el forro de la hombría, usando un eufemismo para eludir en lo posible el uso de palabras malsonantes.
Para empezar, ya en mismo titular contraviene el artículo 7 de los Principios Generales de dicho Código Deontológico, que a saber dice así:
7. El periodista extremará su celo profesional en el respeto a los derechos de los mas débiles y los discriminados. Por ello, debe mantener una especial sensibilidad en los casos de informaciones u opiniones de contenido eventualmente discriminatorio o susceptibles de incitar a la violencia o a prácticas humanas degradantes.
a) Debe, por ello, abstenerse de aludir, de modo despectivo o con prejuicios a la raza, color, religión, origen social o sexo de una persona o cualquier enfermedad o minusvalía física o mental que padezca.b) Debe también abstenerse de publicar tales datos, salvo que guarden relación directa con la información publicada.
c) Debe, finalmente, y con carácter general, evitar expresiones o testimonios vejatorios o lesivos para la condición personal de los individuos y su integridad física y moral.
Curiosamente, el Libro de Estilo de El País reza algo parecido en su apartado dedicado a los Principios y la palabras malsonantes:
1.41. Nunca deben utilizarse palabras o frases que resulten ofensivas para una comunidad. Por ejemplo, ‘le hizo una judiada’, ‘le engañó como a un chino’, ‘eso es una gitanería’.
Entendamos que me estoy refiriendo al uso de la palabra talibán para definir a un colectivo, para lo que utiliza un término despectivo que no tiene nada que ver con la información publicada.
Si buscamos en el diccionario de la RAE el significado de la palabra en cuestión, nos encontramos con lo siguiente:
talibán.
1. adj. Perteneciente o relativo a cierta milicia integrista musulmana.
2. com. Integrante de esta milicia.
Es decir, que está tildando a un sector de consumidores de cerveza artesana de ser integristas, de ser musulmanes, y de pertenecer a una milicia. Dos casos de uso ofensivo de la palabra (para los colectivos integristas y musulmanes, en tanto en cuanto tienen prohibido consumir alcohol), y una presunción de culpabilidad en un delito (las leyes españolas prohíben la pertenencia a milicias o grupos armados). Y vaya, este último punto también contraviene el quinto punto de los Principios del Código Deontológico:
5. El periodista debe asumir el principio de que toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario y evitar al máximo las posibles consecuencias dañosas derivadas del cumplimiento de sus deberes informativos. Tales criterios son especialmente exigibles cuando la información verse sobre temas sometidos al conocimiento de los Tribunales de Justicia.
Y todo eso por utilizar tan solo una palabra en un titular y el cuerpo del artículo...
Vaya...
Pero es que eso no es todo, damas, caballeros y gourmets. A lo largo de todo el texto, Jordi mezcla hechos objetivos con especulaciones y opiniones personales, sin orden ni concierto, permitiendo que unas y otras se confundan en una amalgama indistinguible con lo que, al final, acaba pareciendo publicidad encubierta por su similitud con el slogan principal de la campaña publicitaria de una gran (por volumen de elaboración y penetración en el mercado) cervecera.
Volviendo al Código Deontológico, nos encontramos con que en el apartado Principios de actuación se incluyen dos artículos que regulan como se deberían presentar dichas informaciones:
17. El periodista establecerá siempre una clara e inequívoca distinción entre los hechos que narra y lo que puedan ser opiniones, interpretaciones o conjeturas, aunque en el ejercicio de su actividad profesional no está obligado a ser neutral.
18. A fin de no inducir a error o confusión de los usuarios, el periodista está obligado a realizar una distinción formal y rigurosa entre la información y la publicidad. Por ello, se entiende éticamente incompatible el ejercicio simultaneo de las profesiones periodísticas y publicitarias. Igualmente, esta incompatibilidad se extenderá a todas aquellas actividades relativas a la comunicación social que supongan un conflicto de intereses con el ejercicio de la profesión periodísticas y sus principios y normas deontológicas.
Como podemos ver, a lo largo de casi todo el texto, y sobre todo en su sonada conclusión y declaración final, incumple descaradamente el artículo 17 ya que presenta sus opiniones personales como si de hechos objetivos se tratase, postulando que sus interpretaciones y conjeturas son las únicas posibles en un marco de referencia que, para el profano, puede resultar desconocido o confuso. El punto 18 no puedo afirmar que lo incumpla y lo incluyo a título meramente informativo, ya que aunque parte del texto suene a publicidad encubierta, soy consciente de que estamos sometidos a un bombardeo constante de información, que puede tanto haber condicionado mi interpretación de sus palabras como la elección que él ha hecho de las mismas.
Pero lo peor del caso es que El Comidista no es un blog de opinión personal, sino de crítica gastronómica. Podemos pensar que la crítica y la opinión son hijas del mismo padre, pero donde la primera ha de regirse por unos principios de objetividad, la segunda carece de esas restricciones, siendo mucho más libre en forma, función y objetivos. Es decir, que aunque el texto en sí podría haberse publicado tal cual en un blog de opinión personal sin levantar siquiera una ceja (el tópico mi casa, mis reglas), al tratarse de un blog con contenido temático adscrito a un medio informativo, debería haberse ceñido a las reglas y normas citadas.
No, no todo vale
Llegados a este punto me toca hacer un poco de reflexión y reconocer que, a toro pasado, todo el revuelo organizado en torno a este artículo obedece a un sencillo problema de interpretación: Pensar que todo vale a la hora de redactar un artículo y compartirlo en un medio tan inespecífico como es internet.
Porque, lo queramos o no, existen una reglas a seguir.
Porque, lo queramos o no, el control sobre nuestros contenidos lo perdemos en cuanto los publicamos.
Porque, lo queramos o no, siempre puede haber alguien que nos malinterprete.
Para minimizar ese riesgo, existen las reglas. Si no las seguimos, no podemos culpar a nadie por no entender nuestras intenciones e interpretar lo que les de la gana.
Desde el Infierno:
Salus et Birras...
By Mikel...
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